Encuentro del Quinto tipo con Elisabeth

Tenía trabajo. Ciertamente incluso a Elisabeth le resultaba extraño aquel ánimo que había sentido, era, lo mirara por donde lo mirara, estúpido, casi ilógico, el emocinarme tan siquiera mínimamente por ser aceptada sin demasiados problemas por St. Marcus. Si se paraba a pensarlo, si pensaba en la fuerte demanda de Maids de aquella academia resultaba acsi risible sentirse lo más mínimamente orgullosa por encontrar más o menos rápidamente un amo...

Y, aún así, aun repitiéndose aquello, no podía evitar estar nerviosa. Ya puesto su uniforme, un sencillo traje de dos piezas: Una falda negra y, cómo no, una camisa blanca abotonada de manga lo bastante ancha para que, cuando por fin se decidió, pudiera esconder un par de cuchillos, sólo -se dijo- por si acaso. El problema fue el moño... No tanto un problema como lo que decidió llamar una tediosa tardanza en uma mini-pelea de clara vencedora con su pelo, demasiado corto para ser fácil de manejar en muchas ocasiones. De, de un modo u otro, sabía que toda la ropa que portaba servía para señalar el rango de su primer amo, así que, sintiéndose llamativa sabiendo no serlo, había puesto rumbo al lugar de encuentro.

La puerta estaba abierta, invitando a cualquier extraño a pasar, y la joven soltó el aire antes de abrirla un tanto más, sin otro motivo aparte de mostrar su presencia, preguntó antes de entrar... Ciertamente, de haberse equivocado de habitación habría deseado ser engullida por la tierra.

-Con permiso- murmuró lo bastante alto para ser escuchado, y pasó a la sala sin prácticamente otro sonido que aquel ya previsto de las bisagras.

Reconoció al joven sobre la cama como su amo sin demasiadas deducciones innecesarias pues en la ficha que había prácticamente estudiado, se incluía la fotografía del mismo. Se acercó a él con paso decidido ya disculpándose por hacerlo y, una vez estuvo a su lado, saludó con una reverencia.

-Perdone la intromisión y el retraso. Mi nombre es Elisabeth. Fui contratada como su asistente personal- y sintió cierta renuencia a seguir hablando, sintiéndose tanto parlanchina como innecesaria en su discurso. Esperando una respuesta que llenara aquel más que posible silencio incómodo.

Durante un segundo esperó por parte del joven una reprimenda considerable, es decir, había llegado tarde al que era, oficialmente, su primer día de trabajo, fuer por aquello por lo que alargó ligeramente la reverencia, desconociendo por completo la reacción de su amo. Y, por ello también, quedó completamente sorprendida al encontrársele mirándola, a diferencia de como había supuesto, mostrando una sonrisa en su cara que -tuvo que admitir la joven- era ciertamente... Radiante, sí, aquel estilo de sonrisa le resultaba radiante, al menos, en comparación con su usual estado anímico más cercano a la indiferencia que a otro sentimiento.

Pero aún quedó más sorprendida cuando se fijó en sus acciones. Indecisa entre moverse o no durante las mismas extrañada más que incómoda por la repentina cercanía de un amo mucho más cercano a fin de cuentas de lo que esperaba la maid. Se preguntó pasajeramente por qué no, simplemente, en vez de dedicarse a mirarle con ojos que bien podían parecer estúpidos, bien indiferentes, bien apáticos, invertía su tiempo en una amenaza... O algo de estilo que le ahorrara el relativo mal trago que estaba "sufriendo". Ni siquiera llegó a contestarse aquella pregunta.

Y así se encontraba Elisabeth más descolocada que en mucho tiempo, cuando con lo que sintió, pesadez total y completa torpeza de movimientos, alargó la mano para alcanzar la joya y después colocarla en su anular derecho. [...Tendré que encontrar dónde guardarla] La joven confiaba poco en la seguridad de aquel regalo si lo portaba consigo siempre y, en un ramalazo de vanidad, temio incluso por la suerte de aquel infeliz que pretendiera quitarselo mientras lo llevara puesto, pero su trabajo no era para llevar decoraciones -se recordó- su trabajo era... Bueno, para trabajar.

-Gracias por el regalo, Señor Hozokawa-comentó en un quedo tono de voz -No debería haberse molestado-añadió en tono modesto y, en parte como excusa para guiar por otros derroteros que a la joven le resultaban, con diferencia, más sencillos, además de para subsanar el haber llegado tarde, preguntó en tono afable-: ¿Desea que me encargue de ordenar su equipaje... O que le ayude a instalarse?- Hacía rato que había reparado en las cajas, nada más entrar les había echado un ligero vistazo, irónicamente, a la maid le parecía que casaban en cierto modo con la propia habitación.